He hecho un esfuerzo importante para lograr llevar mis emociones de la forma más adecuada. Por medio de la terapia empecé a desmitificar el hecho de que no soy capaz de gestionarlas. Hay días difíciles en donde soy consciente de que no las sé manejar del todo, pero cada vez se va haciendo más fácil.
Con el tiempo me he dado cuenta de que aquello que no puedo controlar es lo que me produce ansiedad; si estoy a la espera de una noticia, un pago, o me encuentro en una situación que no tengo dominada, empiezo a sentir una sensación constante en el pecho que no me deja pensar en nada más. Es como si los pensamientos intrusos, no quisieran abandonarme por más que me hacen daño, y la verdad casi que no soy capaz de desprenderme de ellos.
La terapia me ha hecho entender que por más que quiera dominar todo, no está en mis manos hacerlo. Gracias a ella, ahora sé que no puedo controlar nada más allá de la forma en cómo llevo mis emociones y cómo reacciono ante las situaciones. La sociedad actual nos ha obligado a creer que estamos en control cuando, en realidad, la mayoría de cosas están fuera de nuestras manos; es una sensación y un engaño mental, más que una verdad.
Así que hay que soltar, permitirse perder el volante, y centrarse en lo que de seguro nos afecta, que es nuestra parte emocional.
Hay emociones que son aceptadas y aplaudidas, por la sociedad, como la alegría y la compasión, y otras como la ansiedad, la ira o la tristeza, que deben ser escondidas a toda costa, sin importar las consecuencias que esto traiga.
Se nos enseña a vivir con un taco en el alma, al punto que nos acostumbramos a él, y al final ni siquiera sabemos qué nos pasa. Estas emociones negativas son vergonzantes y está casi que prohibido sentirlas. Solo es posible exaltar lo bueno, y se debe esconder debajo del tapete lo que no nos gusta. Lo correcto es siempre sonreír, pero nunca se puede manifestar un disgusto. La complacencia ante lo permitido socialmente es la ley. Y la verdad, me caga.
Las emociones, en especial las negativas, están para recordarnos que estamos vivos y en constante trabajo espiritual. Lo que nos molesta, es lo que debe ser observado, analizado y sobre todo liberado de nosotros; ellas están ahí para mostrarnos el camino, son la pregunta y la respuesta al tiempo. Al saber de dónde vienen, nos muestran la ruta para superarlas y dejarlas atrás.
El tema es que no entendemos que se resuelven si se miran; se nos enseñó que lo mejor es ignorarlas, evitarlas a toda costa, nos negamos a sentirlas, y las mantengamos en el interior, sin posibilidad de escape, pagando el precio más alto. Ellas se quedan ahí, generando molestia, peso, drama, y cuando están hirviendo, se estallan por la razón que sea. No son invitadas, ni mucho menos bienvenidas, llegan al azar, en el peor momento, y sacan lo malo de cada quien. Vienen tan acumuladas, que nos obligan a decir o actuar de formas contrarias a como pensamos o quienes somos en realidad.
La gestión emocional no es tragarse los sapos; es saber escuchar el cuerpo, la mente y el alma, hasta comprender por qué se encuentran ahí, de manera inmediata, en calma. Por lo general, hay un detonante que nos afecta corporalmente, para luego intoxicar los pensamientos, lo cual se conecta con una emoción que ya hemos sentido alguna vez, en el pasado. Al ignorarla, se acumula y se va llenando la copa con lentitud, por lo que es importante percibamos que está ahí y no negarla.
Si logramos saber de dónde viene, aceptemos que vive en nosotros, y la comprendamos, es probable que la resolvamos, y se desactive de nuestro cuerpo. Sin juzgarnos, sin avergonzarnos y sin dejarla pasar.
Se requiere de una maestría que todavía me hace falta, a veces sigo sintiéndome como una olla a presión que puede estallar en cualquier momento. No voy a negar que ha sido útil para mí, meditar a diario, al igual que escribir cuando me siento molesta, por lo que dejo ser a las emociones, les permito hablar y decir lo que quieren, sin juzgarlas, y las siento, tal cual como vienen. Trato de no reprimirlas, aunque no las dejo salir para hacer el mal. Es importante recordar que yo estoy en control de ellas, y no ellas sobre mi
Todo esto me ha dado comprensión sobre mi proceso personal, y en especial me he ido liberando de tacos de alma, que no me dejan ser. Nada saco yo descargándome en los demás, si no resuelvo lo que hay en mí. He tenido que aprender a encontrar mi válvula de escape para poder llevar este proceso con más amor que miedo, y con aceptación profunda de mis fallas y carencias.
Sé que no voy a cambiar mi pasado, ni los dolores de mi alma. Solo puedo tratar de sanar siendo responsable conmigo, al entender que mi única opción es quererlo hacer al dejar de esconderme en las culpas hacia los demás. Yo soy dueña de mí misma, y no soy una víctima más de nadie, por lo que tengo la oportunidad de cambiar y mejorar en mis manos.
Y mi aporte al mundo será entregarle a mi hijo desde niño las herramientas necesarias para manejar sus emociones, y no las lleve consigo como unas piedras que lastiman. Yo quiero que sea feliz, y sepa cómo lidiar con el ambiente que lo rodea, en cada etapa de su vida.
Lo que le entregamos al mundo es lo que él nos devuelve, no lo podemos olvidar.
Imperitura.
Foto de Andrea Piacquadio en Pexels
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