Como hay magos que hacen conjuros, hay otros que sanan con sus manos y otros que manejan los elementos, entre miles de talentos y dones, hay unos magos muy especiales que se dedican al fino arte de las pociones y los brebajes. Estos magos en nuestro tiempo se llaman cocineros. No sé si en sus familias haya buenos cocineros, pero en la mía pareciera una habilidad genética más que cualquier cosa. Dentro de la “Famiglia P” se cocina y se come muy bien, como buenos descendientes de italianos.
Pero en toda familia casi siempre hay una oveja negra no intencional a la que le gusta comer, compartir en la mesa con todos, pero totalmente negada para la cocina. Empezando con comida quemada o salada, cortadas y marcas en las manos y brazos, por mi falta de talento, yo no entendía cómo una persona podía pasar horas enfrente de un fogón cuidando una salsa, por ejemplo; lo veía como una pérdida de tiempo y las poquísimas veces que lo intenté en el pasado, mi paciencia no fue suficiente para captarlo. Porque lo importante de todo esto es que no me había dado la oportunidad de hacerlo poniendo toda mi atención, con toda la concentración y sobretodo con el entendimiento consciente del acto de cocinar.
Hace poco entendí que la cocina es un acto de amor. El mago transmite a través de sus preparaciones las emociones de su alma, la magia que hay en sus manos y en especial su deseo de satisfacer al comensal para que sea feliz. Este acto de magia pura hace de la cocina una de las artes más nobles para quien prepara y para quien come. El mago comparte un poco de su alma en cada preparación y ahí está la importancia de quien cocina para nosotros. Es un privilegio que alguien nos regale un poco de sí, solo para hacernos felices.
No quise perderme de ser parte de ese acto de magia pura por lo que decidí darme una nueva oportunidad en la cocina. Por supuesto, no es algo que todos podamos hacer con perfección, pero como todo en la vida, si se estudia, se practica y se pierde el miedo a equivocarse, se puede aprender.
Muchas veces nos negamos las oportunidades de aprender nuevas cosas y de vivir nuevas experiencias solo porque no creemos que seamos capaces o porque no tenemos el talento. Siempre será el camino más fácil el negarnos a intentar hacer algo que nos cuesta trabajo, pero también será más satisfactorio el camino desconocido. En la cocina como en la vida misma, siempre habrá otras personas con mucho talento natural, eso es innegable, solo no olvidemos que con mucho esfuerzo y disciplina también se puede conseguir la maestría.
Por esto me autodenomino una cocinera amateur porque en cada cosa que preparo pongo mis cinco sentidos, y me permito estar presente y consciente de cada pócima, de cada sabor, estudiando y preguntando a los que saben más y me sirven de mentores, para compartir con los míos un poquito de mi incipiente magia en la cocina.
Imperitura.
Foto de Charlotte May en Pexels
Algunos derechos reservados
Comments