He sido la reina de tomarme las cosas personales, como si el mundo estuviera en contra mío y todo se tratara de mí. ¡Ego bendito! Por supuesto que no soy el centro del universo, pero a mi ego se le olvida que cada persona tiene vida propia, con dramas personales y que su tiempo no lo gastan pensando en mí. La única que está pendiente de mí todo el día, soy yo.
El ego es muy traicionero en ese sentido, porque nos hace ponernos en medio de las situaciones como si fuéramos protagonistas del drama de turno, y no como lo que en realidad somos: espectadores.
Es fácil creerse el cuento de ser el detonante o receptor de una situación, porque por supuesto somos humanos que sienten y se ven afectados por las coyunturas momentáneas. Yo también me he sentido la víctima en algún momento, y he considerado que las cosas se tratan de mí, sin tener en cuenta que los demás son un universo aparte al mío, que no conozco, pero que con equivocación supongo.
El ser espectador nos saca de la posición víctima-victimario, porque las circunstancias son ajenas a nuestro control, así no queramos verlo. El mundo sigue girando con independencia de lo que pase, porque todo continúa en constante movimiento; lo que sucedió en la mañana, ya fue, y no vuelve más.
Enfrascarnos en peleas, dramas y momentos aburridos, es una opción, pero no es la correcta. Los demás siguen viviendo sus vidas, casi que sin pensar en nosotros; y si lo hicieran, es probable que haya un problema mayor en su interior, pero solo tiene que ver consigo mismos. Y ahí es donde todo se vuelve personal.
El sentirse afectado, ofendido, y sin la capacidad de soltar, es darle a los demás poder sobre nosotros; es regalarles nuestra paz interior, solo por no saber o no querer mirar que los dramas viven adentro y no afuera. Todo aquello que me toca de manera negativa mis emociones, es algo que debo revisar en mí. Las relaciones con los demás, son un espejo del mundo interior y cada cosa que sentimos como si fuera en contra nuestra, son, en realidad, todas las emociones represadas, que no hemos solucionado por hacer la del avestruz.
Culpar a los demás de lo que nos agobia, siempre será más fácil que tomar las riendas y resolverlo. El ego no nos permite ver quienes somos y nos obliga a ser ese personaje inventado que creamos para sobrellevar los momentos duros. Sé que es doloroso sanar, que cuesta lágrimas, angustias y saca a flote todas las incongruencias que llevamos por dentro. Pero cuando lo logramos, se nos permite ser lo que somos de verdad y dejamos de ser ese personaje autoimpuesto para empezar a vivir una vida con paz interior y un poco más de coherencia.
Con mucha honestidad, tengo que aceptar que nada es personal. Solo depende de mí la forma en cómo percibo y asumo lo que viene; el tiempo y algunos maestros me han hecho entender que soy la única responsable de mí, de mis actos, de mis pensamientos, de mis ideas y de mis emociones. Nadie puede hacerse cargo más allá de lo que le corresponde, por más que sea mi deseo y quiera quitarme ese peso.
Nada es personal si no hay situaciones emocionales difíciles en nuestro interior con las que podamos sincronizar lo que sucede afuera de nosotros. Cuando resolvemos desde adentro cada uno de los problemas que se presentan, las cosas dejan de ser propias y simplemente son situaciones que pasan, pero que de la misma forma se resuelven.
Afuera es una construcción mental, porque la vida real solo se vive en nuestro interior. Depende de nosotros llevar el cielo o el infierno adentro.
Imperitura.
Foto de Masha Raymers en Pexels
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