He sentido incontables veces ese nudo en la garganta que me impide respirar; ni siquiera recuerdo cuánto he querido gritar, he querido llorar desconsolada y he querido soltar la rabia o el dolor que tengo y simplemente me he callado, o mi cuerpo no ha podido responder más allá de un silencio que suena a gritos internos. Esa situación de vulnerabilidad creo que la hemos sentido todos en algún momento de nuestras vidas.
No todos tenemos la coherencia para responder ante algo que duele o genera malestar interno. A veces se amontonan los pensamientos en la cabeza que abruman y nublan cualquier claridad necesaria en un momento caótico, porque los nudos en la garganta nunca salen en los momentos de paz y tranquilidad. Es una especie de parálisis dolorosa que nos atraganta con nuestra propia voz y que al final nos deja con el mal sabor de no haber sido correctos con nosotros mismos, y muchas veces confundidos sobre qué nos pasa.
La falta de la correcta gestión emocional de la que sufrimos la mayoría de personas nos ha impedido conectar con nosotros, invalidando el sentir propio. Se nos ha hecho creer que sentir rabia, tristeza, dolor, angustia o miedo, está mal, y que siempre debemos sentirnos bien y conformes, pero en especial felices sin espacio a lo demás. Nos hemos convencido de que ciertas emociones son positivas y otras son negativas, y nos privamos de sentirlas por lo que no identificamos lo que verdaderamente nos molesta y no entendemos lo que nos pasa. Ahí es donde empieza el aislamiento interno y se pierde la capacidad de entendimiento personal.
La única manera de sanar es empezar a sentir verdaderamente, sin autoengaños y sin culpar los demás de nuestras fallas. Es momento de ser responsables con lo que sentimos y con la expresión de ello. La gestión correcta e intencional de las emociones siempre hablará desde el corazón y nunca desde el ego, por lo que probablemente no hiera ni maltrate a nadie
Si todos pudiésemos hablar de lo que sentimos con plena consciencia, podríamos expresarnos mejor con las palabras; no con la agresividad que nos da ese cúmulo de emociones represadas en nosotros, que son las que hacen daño cuando después de callarlas y reprimirlas tanto, estallan de la peor manera. Lo que no se dice, se vuelve una atadura que pesa y no nos permite ser libres.
Al iniciar una escucha profunda de nuestro ser interior, al mirarnos con mucha compasión y al entender, y en especial, al aceptar nuestras emociones, sin clasificarlas como buenas o malas, es probable que se unan las piezas de nosotros que parecen no encajar.
Soy responsable de mí, de mis emociones y de la correcta expresión de ellas; cuando sea totalmente consciente de esto, seguramente desaparecerá por completo ese nudo que no permite respirar. Con mucho amor propio y consideración sé que es posible sanar.
Está en nuestras manos soltar los nudos que nos atan; está en nosotros mismos la reconexión personal.
Imperitura.
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